¿Y si el IQ sugiere que Dios no existe?

Es una pregunta incómoda, pero necesaria. Vivimos en una sociedad donde muchas ideas se aceptan sin cuestionarlas, y entre ellas está la creencia en el alma como una entidad eterna, separada del cuerpo y del cerebro. Sin embargo, al observar cómo funciona el coeficiente intelectual (IQ), surgen dudas que ponen en jaque esa noción espiritual.

El IQ es una medida del potencial cognitivo, en gran parte determinada por factores genéticos y biológicos. Desde el nacimiento, algunas personas muestran una capacidad notable para razonar, aprender o resolver problemas, mientras que otras enfrentan más dificultades, incluso con el mismo esfuerzo. Esta desigualdad intelectual no es elegida, ni tampoco se puede cambiar del todo. Entonces, si existe un Dios justo y amoroso, ¿por qué dotaría a cada ser humano con niveles tan desiguales de inteligencia desde el inicio?

La reflexión va más allá. Si aceptamos que el IQ es algo estrictamente biológico —una propiedad del cerebro físico—, entonces no tiene sentido pensar que pueda “trascender” después de la muerte. Al morir el cuerpo, muere también el cerebro, y con él se apaga todo aquello que consideramos nuestra mente: nuestros recuerdos, lógica, aprendizajes y personalidad. ¿Qué clase de alma podría quedar después de eso?

Si la inteligencia, que define gran parte de quienes somos, no sobrevive a la muerte, entonces el concepto tradicional de alma parece incompleto. Una conciencia sin memoria ni pensamiento no sería realmente “nosotros”. Sería, en el mejor de los casos, una presencia sin identidad, una especie de vacío. Esto pone en entredicho muchas narrativas religiosas sobre la vida después de la muerte.

No se trata de atacar la fe ni de pretender tener todas las respuestas. Más bien, se trata de hacer las preguntas correctas. Cuestionar lo que siempre nos dijeron no es rebeldía, es curiosidad. Y al observar cómo la biología influye de forma tan directa en nuestra experiencia de ser humanos, quizá es válido considerar que la conciencia no es algo eterno, sino una chispa temporal, única e irrepetible.

Y tal vez, lejos de restarnos sentido, eso hace que nuestra vida tenga aún más valor. Porque si no hay alma que conserve nuestro ser después de la muerte, entonces esta existencia es todo lo que tenemos. Vivirla con propósito, empatía y pensamiento crítico podría ser la forma más auténtica de honrarla.

Author:
He volado de un lado a otro de esta galaxia. He visto muchas cosas extrañas, pero nunca he visto nada que me haga creer que hay una Fuerza todopoderosa que lo controla todo. No hay un campo de energía mística que controle mi destino. Es todo un montón de trucos simples y tonterías.

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